Es la mañana de un miércoles de mediados de septiembre de 2021 y en el comedor de una casa de barrio Nicolás Avellaneda, al noreste de Villa María, están Valeria Romero, de treinta y seis años, y Diego Carabajal, de cuarenta.
Ellos están en pareja hace alrededor de ocho años y se conocieron en la administración pública, donde ella trabaja desde hace quince años y él desde hace dieciocho. Ingresaron a la Policía de la Provincia de Córdoba y formaron parte, durante mucho tiempo, de la División Investigaciones.
Después, la demanda de trabajo en el interior, que en ocasiones dificultaba que personal de Policía Científica de la capital cordobesa viajara por la distancia, llevó a que se creara, en 2019, una sede en la ciudad y en otras cuatro localidades: San Francisco, Río Cuarto, Deán Funes y Villa Dolores. Entonces, ambos, pasaron a integrar el gabinete de Policía Científica, dependiente del Ministerio Público Fiscal.
Ahora, relevan los sitios donde se producen desde robos hasta homicidios y suicidios, realizan trabajos de fotografía y planimetría, recolectan rastros. Pero ahora, además, hacen otra cosa: alquilan plazas de juegos —consisten en dos paños de un total de diez metros cuadrados con tobogán, balancín, subibaja, mesa y sillas, pizarra y juguetes de mesa— y venden juguetes didácticos de madera y pintados con colores pastel, fabricados artesanalmente por ellos mismos.
Tienen un catálogo con más de treinta productos —cuyos precios van desde, en promedio, los $700 a los $2500— entre los que se encuentran bloques, compu/pizarra, cubos, ta te ti, banco de descarga, barco y torre de encastre, carro de arrastre, carpita de equilibrio, rocas de equilibrio, plantados, pata pata, dinosaurios, tangram, árbol de correspondencia, arcoíris, kit de animales de bosque, kit de autitos y rompecabezas.
—Surge para despejar la cabeza porque, la verdad, es un trabajo complejo —dice Romero.
Comenzaron alquilando una plaza de juegos —que es para niños de hasta cinco años—porque, cuando llevaban a sus hijos —Luisina, de cinco años, y Vicente, de tres— a cumpleaños, veían que no había para los chicos muchas alternativas para jugar: para esas edades, por ejemplo, solamente estaban los peloteros y, allí, podían golpearse.
Durante la pandemia se la rebuscaron: trasladaron la plaza a espacios más reducidos. Un ejemplo: una pareja le celebraba el cumpleaños al hijo en su casa y la plaza se llevaba desinfectada y embalada en film, para cumplir con el protocolo. Y sucedió que los clientes que les solicitaban las plazas de juegos empezaron a preguntarles si vendían algunos de los productos que tenían esas plazas.
Romero y Carabajal decidieron que era una oportunidad, invirtieron en herramientas y se lanzaron con el emprendimiento llamado Rulitos de Amor, en enero de 2019 —se manejan a través del Instagram y del boca a boca—. El objetivo no es tanto obtener un ingreso extra —porque ya tienen una actividad rentada—, sino más bien, como ellos dicen, explorar otras realidades y entrar en contacto con otra gente.
Al principio, se enfocaron en la venta minorista en Villa María y, desde hace tres meses, no saben bien cómo, abordaron el mercado mayorista —que no tenían previsto— y ya tienen clientes fijos: venden en provincia de Buenos Aires —localidades como Bahía Blanca y Santa Regina—, Mendoza, Santa Fe, Entre Ríos, Chubut.
—Es el interior del interior. Todavía tienen incorporado el tema de los juegos simbólicos. Están un poquito más alejados de la tecnología y buscan que sigan jugando con lo tradicional —dice Carabajal.
Para la venta mayorista cuentan con dos catálogos: uno listo para revender, que ya viene sellado con su marca, y otro en crudo, sin pintar, para que los emprendedores le den el estilo que prefieran.
El método Montessori lleva ese nombre por la educadora y médica italiana María Montessori, que lo creó entre finales del siglo XIX y principios del XX. Una síntesis de esta pedagogía dice que, por ejemplo, colabora con la independencia de los chicos, con su libertad y el establecimiento de límites, y con el desarrollo físico y social.
Romero insiste en esto, en que no esté estructurado el juego, en que se pueda inventar, imaginar. Y los juguetes didácticos que elaboran son, precisamente eso: una posibilidad de aprender de manera lúdica.
—Al arcoíris podés armarlo, apilarlo, usarlo de puente, combinarlo con autos. Es infinito el mundo del juguete de madera.
Y, habitualmente en los cumpleaños, ellos reciben comentarios de otros padres y madres que les cuentan que los chicos se pasaron la tarde entera sumergidos en este universo de juguetes. Y quizás sorprenda en un mundo atravesado por las nuevas tecnologías. Sin embargo, quizás no sorprenda tanto porque, entre los clientes, hay terapeutas que les consultan por diferentes juguetes y hasta escuelas —en este momento trabajan con una de Pozo del Molle—. Pero ellos son sólo dos y, por lo pronto, avanzan de a poco porque no disponen de todo el tiempo que quisieran y, por otro lado, temen que se les vaya de las manos.
—La idea del proyecto es hacerlo mucho más grande. No sé si el día de mañana llegar a tener a alguien que nos ayude —dice Carabajal.
Todos los días tratan de trabajar, por lo menos, cuatro horas: miden la madera, cortan, lijan, pintan y laquean. Los fines de semana y los días que tienen franco, aprovechan más. De todos modos, les faltan horas: hace dos meses hicieron una gran inversión, que están amortizando rápidamente, en una máquina que les permitirá cortar en serie y que todavía no pueden utilizar porque no encontraron el espacio para poder realizar las tutorías —la adquisición de la máquina contempla una capacitación para el aprendizaje de una serie de programas y esperan ya estar usándola antes diciembre—.
También trabajan con otros emprendedores que les diseñan el packaging (tarjetas, stickers). Los resultados del trabajo están a la vista: en los últimos tres meses superaron las setecientas unidades vendidas.
—Ya lo estamos viendo como actividad a futuro. En la administración pública el tiempo de trabajo hasta llegar a jubilarse no es mucho. Nosotros tenemos veinticinco años de servicio. En cinco, seis años ya me estaría jubilando, o si me jubilo anticipadamente, arrancaría antes. Meterle todas las ganas para el futuro y ver si les queda algo para que lo sigan los chicos —dice Carabajal.
Pensar en el futuro, dice.
Un futuro donde el juguete seguirá siendo ese lugar inevitable donde todo es posible.